Al tratar de descubrir si realmente puedes hacer la vida con una iglesia en particular, es muy importante que sepas en qué cree esa iglesia. Las siguientes declaraciones de La Confesión Bautista de Fe de 1689 representan las creencias bíblicas y teológicas más básicas de la Iglesia: FUENTE de Gracia, aquí un Resumen de nuestra Declaración:
De las Sagradas Escrituras:
La autoridad de las Sagradas Escrituras, por la que debe ser creída, no depende del testimonio de ningún hombre o iglesia (Lc. 16:27-31; Gá. 1:8,9; Ef. 2:20) , sino enteramente de Dios (quien es la verdad misma), el autor de ella; por lo tanto, debe ser recibida porque es la Palabra de Dios, (Ti. 3:15; Ro. 1:2; 3:2; Hch. 2:16; 4:25; Mt. 13:35; Ro. 9:17; Gá. 3:8; Ro. 15:4; 1 Co. 10:11; Mt. 22:32; Lc. 16:17; Mt. 22:41ss; Jn. 10:35; Gá. 3:16; Hch. 1:16; 2:24ss; 13:34,35; Jn. 19:34-36; 19:24; Lc. 22:37; Mt. 26:54; Jn. 13:18; 2 Ti. 3:16; 2 P. 1:19-21; Mt. 5:17,18; 4:1-11).
De Dios y de la Santa Trinidad:
En este Ser divino e infinito hay tres subsistencias, el Padre, el Verbo o Hijo y el Espíritu Santo, (Mt. 3:16,17; 28:19; 2 Co. 13:14) de una sustancia, un poder y una eternidad, teniendo cada uno toda la esencia divina, pero la esencia indivisa: (Ex. 3:14; Jn.14:11; 1 Co. 8:6) el Padre no es de nadie, ni por generación ni por procesión; el Hijo es engendrado eternamente del Padre, y el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo;( Pr. 8:22-31; Jn. 1:1-3,14,18; 3:16; 10:36; 15:26; 16:28; He. 1:2; 1 Jn. 4:14; Gá. 4:4-6) todos ellos son infinitos, sin principio y, por tanto, son un solo Dios, que no ha de ser dividido en naturaleza y ser, sino distinguido por varias propiedades relativas peculiares y relaciones personales; dicha doctrina de la Trinidad es el fundamento de toda nuestra comunión con Dios y nuestra consoladora dependencia de él.
Del decreto de Dios:
Dios, desde toda la eternidad, por el sapientísimo y santísimo consejo de su propia voluntad, ha decretado en sí mismo, libre e inalterablemente (Pr. 19:21; Is. 14:24-27; 46:10,11; Sal. 115:3; 135:6; Ro. 9:19) todas las cosas, todo lo que sucede (Dn. 4:34,35; Ro. 8:28; 11:36; Ef. 1:11) sin embargo, de tal manera que por ello Dios ni es autor del pecado ni tiene comunión con nadie en el mismo (Gn. 18:25; Stg. 1:13; 1 Jn. 1:5.) ni se hace violencia a la voluntad de la criatura, ni se quita la libertad o contingencia de las causas secundarias, sino que más bien las establece (Gn. 50:20; 2 S. 24:1; Is. 10:5-7; Mt. 17:12; Jn. 19:11; Hch. 2:23; 4:27,28) en lo cual se manifiesta su sabiduría en disponer todas las cosas, y su poder y fidelidad en llevar a cabo sus decretos (Nm. 23:19; Ef. 1:3-5)
De la creación:
En el principio agradó a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo (He. 1:2; Jn. 1:2,3; Gn. 1:2; Job 26:13; 33:4.) para la manifestación de la gloria de su poder, sabiduría y bondad Eternos (Ro. 1:20; Jer. 10:12; Sal. 104:24; 33:5,6; Pr. 3:19; Hch. 14:15,16) crear o hacer el mundo y todas las cosas que en él hay, ya sean visibles o invisibles (Gn. 1:1; Jn. 1:2; Col. 1:16) en el lapso de seis días (Gn. 2:1-3; Ex. 20:8-11) y todas muy buenas (Gn. 1:31; Ec. 7:29; Ro. 5:12).
De la divina providencia:
Dios, en su providencia ordinaria, hace uso de medios (Hch. 27:22, 31,44; Is. 55:10,11; Os. 2:21,22) sin embargo, tiene la libertad de obrar sin ellos (Os. 1:7; Lc. 1:34,35) por encima de ellos (Ro. 4:19-21.) y contra ellos (Ex. 3:2,3; 2 R. 6:6; Dn. 3:27) según le plazca.
De la Caída del hombre, del pecado y su castigo:
Por este pecado, nuestros primeros padres cayeron de su justicia y rectitud original y de su comunión con Dios, y nosotros en ellos, por lo que la muerte sobrevino a todos (Gn. 3:22-24; Ro. 5:12ss.; 1Co. 15:20-22; Sal. 51:4,5; 58:3; Ef. 2:1-3; Gn. 8:21; Pr. 22:15) viniendo a estar todos los hombres muertos en pecado, y totalmente corrompidos en todas las facultades y partes del alma y del cuerpo (Gn. 2:17; Ef. 2:1; Tit. 1:15; Gn. 6:5; Jer. 17:9; Ro. 3:10-18; 1:21; Ef. 4:17-19; Jn. 5:40; Ro. 8:7.)
Del pacto de Dios
La distancia entre Dios y la criatura es tan grande que aun cuando las criaturas racionales le deben obediencia como su Creador, éstas nunca podrían haber logrado la recompensa de la vida a no ser por alguna condescendencia voluntaria por parte de Dios, que a él le ha placido expresar en forma de pacto (Job 35:7,8; Sal. 113:5,6; Is. 40:13-16; Lc. 17:5-10; Hch. 17:24,25)
De Cristo el mediador
El Señor Jesús, en su naturaleza humana así unida a la divina, en la persona del Hijo, fue santificado y ungido con el Espíritu Santo sin medida, teniendo en sí todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento, en quien agradó al Padre que habitase toda plenitud, a fin de que siendo santo, inocente y sin mancha, y lleno de gracia y de verdad, fuese completamente apto para desempeñar el oficio de mediador y fiador (Sal. 45:7; Col. 1:19; 2:3; He. 7:26; Jn. 1:14; Hch. 10:38; He. 7:22) el cual no tomó por sí mismo, sino que fue llamado para el mismo por su Padre, quien también puso en sus manos todo poder y juicio, y le ordenó que lo cumpliera (He. 5:5; Jn. 5:22,27; Mt. 28:18; Hch. 2:36.)
Del libre albedrío:
El hombre, por su Caída en un estado de pecado, ha perdido completamente toda capacidad para querer cualquier bien espiritual que acompañe a la salvación; por consiguiente, como hombre natural que está enteramente opuesto a ese bien y muerto en el pecado, no puede por sus propias fuerzas convertirse a sí mismo o prepararse para ello (Ro. 6:16,20; Jn. 8:31-34; Ef. 2:1; 2 Co. 3:14; 4:3,4; Jn. 3:3; Ro. 7:18; 8:7; 1 Co. 2:14; Mt. 7:17,18; 12:33-37; Lc. 6:43-45; Jn. 6:44; Jer. 13:23; Jn. 3:3,5; 5:40; 6:37, 39, 40,44, 45,65; Hch. 7:51; Ro. 3:10-12; Stg. 1:18; Ro. 9:16-18; Jn. 1:12,13; Hch. 11:18; Fil. 1:29; Ef. 2:8,9).
Del llamamiento eficaz:
Este llamamiento eficaz proviene exclusivamente de la gracia libre y especial de Dios, no de ninguna cosa prevista en el hombre, ni por ningún poder o instrumentalidad en la criatura (2 Ti. 1:9; Tit. 3:4,5; Ef. 2:4, 5,8,9; Ro. 9:11) siendo en esto enteramente pasivo, al estar muerto en delitos y pecados, hasta que es vivificado y renovado por el Espíritu Santo (1 Co. 2:14; Ro. 8:7; Ef. 2:5) es capacitado de este modo para responder a este llamamiento y para recibir la gracia que éste ofrece y transmite, y esto por un poder no menor que el que resucitó a Cristo de los muertos (Ef. 1:19,20; Jn. 6:37; Ez. 36:27; Jn. 5:25).
De la justificación:
A quienes Dios llama eficazmente, también justifica gratuitamente (Ro. 3:24; 8:30) no infundiéndoles justicia y rectitud sino perdonándoles sus pecados, y considerando y aceptando sus personas como justas (Ro. 4:5-8; Ef. 1:7) no por nada que hay en ellos o hecho por ellos, sino solamente por causa de Cristo (1 Co. 1:30,31; Ro. 5:17-19) no imputándoles la fe misma, ni la acción de creer, ni ninguna otra obediencia evangélica como justicia; sino imputándoles la obediencia activa de Cristo a toda la ley y su obediencia pasiva en su muerte para la completa y única justicia de ellos por la fe, la cual tienen no de sí mismos; es don de Dios (Fil. 3:9; Ef. 2:7,8; 2 Co. 5:19-21; Tit. 3:5,7; Ro. 3:22-28; Jer. 23:6; Hch. 13:38,39)
De la adopción:
A todos aquellos que son justificados (Gá. 3:24-26). Dios se dignó (1 Jn. 3:1-3) en su único Hijo Jesucristo y por amor de éste (Ef. 1:5; Gá.4:4,5; Ro. 8:17,29) hacerles partícipes de la gracia de la adopción, por la cual son incluidos en el número de los hijos de Dios y gozan de sus libertades y privilegios, tienen su nombre escrito sobre ellos (Ro. 8:17; Jn. 1:12; 2 Co. 6:18; Ap. 3:12) reciben el espíritu de adopción, tienen acceso al trono de la gracia con confianza, reciben capacitación para clamar: “Abba, Padre,” (Ro. 8:15; Ef. 3:12; Ro. 5:2; Gá. 4:6; Ef. 2:18) reciben compasión, protección, provisión y corrección como por parte de un Padre, nunca son desechados, sino que son sellados para el día de la redención (Sal. 103:13; Pr. 14:26; Mt. 6:30,32; 1 P. 5:7; He. 12:6; Is. 54:8,9; Lm. 3:31; Ef. 4:30.) y heredan las promesas como herederos de la salvación eterna (Ro. 8:17; He. 1:14; 9:15).
De la santificación:
Esta santificación se efectúa en el hombre en su totalidad, aunque es incompleta en esta vida; todavía quedan algunos remanentes de corrupción en cada parte (1 Ts. 5:23; 1 Jn. 1:8,10; Ro. 7:18,23; Fil. 3:12.) de donde surge una continua e irreconciliable guerra: (1 Co. 9:24-27; 1 Ti. 1:18; 6:12; 2 Ti. 4:7.) la carne lucha contra el Espíritu, y el Espíritu contra la carne (Gá. 5:17; 1 P. 2:11).
De la fe salvadora:
La gracia de la fe, por la cual los escogidos reciben capacidad para creer para la salvación de sus almas, es la obra del Espíritu de Cristo en sus corazones, y ordinariamente se realiza por el ministerio de la Palabra (Jn. 6:37, 44; Hch. 11:21,24; 13:48; 14:27; 15:9; 2 Co. 4:13; Ef. 2:8; Fil. 1:29; 2 Ts. 2:13; 1 P. 1:2.) por la cual, y por la administración del bautismo y la Cena del Señor, la oración y otros medios designados por Dios, esa fe aumenta y se fortalece (Ro. 10:14,17; Lc. 17:5; Hch. 20:32; Ro. 4:11; 1 P. 2:2)
Del arrepentimiento para vida y salvación:
A aquellos de los escogidos que se convierten cuando ya son adultos, habiendo vivido por algún tiempo en el estado natural (Tit. 3:2-5) y habiendo servido en el mismo a diversas concupiscencias y placeres, Dios, al llamarlos eficazmente, les da arrepentimiento para
Vida (2 Cr. 33:10-20; Hch. 9:1-19; 16:29,30).
De las buenas obras:
Las buenas obras son solamente aquellas que Dios ha ordenado en su santa Palabra (Mi. 6:8; Ro. 12:2; He. 13:21; Col. 2:3; 2 Ti. 3:16,17) y no las que, sin la autoridad de ésta, han inventado los hombres por un fervor ciego o con el pretexto de que tienen buenas intenciones (Mt. 15:9 con Is. 29:13; 1 P. 1:18; Ro. 10:2; Jn. 16:2; 1 S. 15:21-23; 1 Co. 7:23; Gá. 5:1; Col.2:8,16-23).
De la perseverancia de los santos:
Aquellos a quienes Dios ha aceptado en el Amado, y ha llamado eficazmente y santificado por su Espíritu, y a quienes ha dado la preciosa fe de sus escogidos, no pueden caer ni total ni definitivamente del estado de gracia, sino que ciertamente perseverarán en él hasta el fin, y serán salvos por toda la eternidad, puesto que los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables, por lo que él continúa engendrando y nutriendo en ellos la fe, el arrepentimiento, el amor, el gozo, la esperanza y todas las virtudes del Espíritu para inmortalidad (Jn. 10:28,29; Fil. 1:6; 2 Ti. 2:19; 2 P.1:5-10; 1 Jn. 2:19) y aunque surjan y les azoten muchas tormentas e inundaciones, nunca podrán arrancarles del fundamento y la roca a que por la fe están aferrados; a pesar de que, por medio de la incredulidad y las tentaciones de Satanás, la visión perceptible de la luz y el amor de Dios puede ensombrecérseles y oscurecérseles por un tiempo (Sal. 89:31,32; 1 Co. 11:32; 2 Ti. 4:7) él, sin embargo, sigue siendo el mismo, y ellos serán guardados, sin ninguna duda, por el poder de Dios para salvación, en la que gozarán de su posesión adquirida, al estar ellos esculpidos en las palmas de sus manos y sus nombres escritos en el libro de la vida desde toda la eternidad (Sal. 102:27; Mal. 3:6; Ef. 1:14; 1 P. 1:5; Ap. 13:8).
De la seguridad de la gracia y de la salvación:
Aunque los creyentes que lo son por un tiempo y otras personas no regeneradas vanamente se engañen a sí mismos con esperanzas falsas y presunciones carnales de que cuentan con el favor de Dios y que están en estado de salvación (pero la esperanza de ellos perecerá): (Jer. 17:9; Mt. 7:21-23; Lc. 18:10-14; Jn. 8:41; Ef. 5:6,7; Gá. 6:3,7-9), los que creen verdaderamente en el Señor Jesús y le aman con sinceridad, esforzándose por andar con toda sinceridad delante de él, pueden en esta vida estar absolutamente seguros de hallarse en el estado de gracia, y pueden regocijarse en la esperanza de la gloria de Dios; y tal esperanza nunca les avergonzará (Ro. 5:2,5; 8:16; 1 Jn. 2:3; 3:14,18,19,24; 5:13; 2 P. 1:10).
De la ley de Dios:
Dios dio a Adán una ley de obediencia universal escrita en su corazón (Gn. 1:27; Ec. 7:29; Ro. 2:12a, 14,15.) y un precepto en particular de no comer del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn. 2:16,17) por lo cual le obligó a él y a toda su posteridad a una obediencia personal completa, exacta y perpetua; prometió la vida por el cumplimiento de su ley, y amenazó con la muerte su infracción; y le dotó también del poder y de la capacidad para guardarla (Gn. 2:16,17; Ro. 10:5; Gá. 3:10,12).
Del evangelio y del alcance de su gracia:
Habiendo sido quebrantado el pacto de obras por el pecado y habiéndose vuelto inútil para dar vida, agradó a Dios dar la promesa de Cristo, la simiente de la mujer, como el medio para llamar a los escogidos, y engendrar en ellos la fe y el arrepentimiento.
En esta promesa, el evangelio, en su sustancia fue revelado, y por lo tanto, es eficaz para llevar a los pecadores a la conversión y salvación (Gn. 3:15 con Ef.2:12; Gá. 4:4; He. 11:13; Lc. 2:25,38; 23:51; Ro. 4:13-16; Gá. 3:15-22).
De la libertad cristiana y de la libertad de conciencia:
Sólo Dios es el Señor de la conciencia (Stg. 4:12; Ro. 14:4; Gá. 5:1) y la ha hecho libre de las doctrinas y los mandamientos de los hombres que sean en alguna manera contrarios a su Palabra o que no estén contenidos en ésta (Hch. 4:19; 5:29; 1 Co. 7:23; Mt. 15:9). Así que, creer tales doctrinas u obedecer tales mandamientos por causa de la conciencia es traicionar la verdadera libertad de conciencia (Col. 2:20, 22,23; Gá. 1:10; 2:3-5; 5:1) y exigir una fe implícita y una obediencia ciega y absoluta es destruir la libertad de conciencia y también la razón (Ro. 10:17; 14:23; Hch. 17:11; Jn. 4:22; 1 Co. 3:5; 2 Co. 1:24).
De la adoración religiosa y del día de reposo:
La adoración religiosa ha de tributarse a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, y a él solamente (Mt. 4:9,10; Jn. 5:23; 2 Co. 13:14) no a los ángeles, ni a los santos, ni a ninguna otra criatura (Ro. 1:25; Col. 2:18; Ap. 19:10) y desde la Caída, no sin un mediador; ni por la mediación de ningún otro, sino solamente de Cristo (Jn. 14:6; Ef. 2:18; Col. 3:17; 1 Ti. 2:5).
El día de reposo se guarda santo para el Señor cuando los hombres, después de la debida preparación de su corazón y de haber ordenado de antemano todos sus asuntos cotidianos, no solamente observan un santo descanso durante todo el día de sus propias labores, palabras y pensamientos (Ex. 20:8-11; Neh. 13:15-22; Is. 58:13,14; Ap. 1:10) acerca de sus ocupaciones y diversiones seculares, sino que también se dedican todo el tiempo al ejercicio público y privado de la adoración de Dios, y a los deberes que son por necesidad y por misericordia (Mt. 12:1-13; Mr. 2:27,28).
De los juramentos y votos lícitos:
Un juramento lícito es una parte de la adoración religiosa en la cual la persona que jura con verdad, justicia y juicio, solemnemente pone a Dios como testigo de lo que jura, y para que le juzgue conforme a la verdad o la falsedad de lo que jura (Dt. 10:20; Ex. 20:7; Lv. 19:12; 2 Cr. 6:22,23; 2 Co. 1:23).
De las autoridades civiles:
Dios, el supremo Señor y Rey del mundo entero, ha instituido autoridades civiles para sujetarse a él y gobernar al pueblo (Sal. 82:1; Lc. 12:48; Ro. 13:1-6; 1 P. 2:13,14.) para la gloria de Dios y el bien público (Gn. 6:11-13 con 9:5,6; Sal. 58:1,2; 72:14; 82:1-4; Pr. 21:15; 24:11,12; 29:14,26; 31:5; Ez. 7:23; 45:9; Dn. 4:27; Mt. 22:21; Ro. 13:3,4; 1 Ti. 2:2; 1 P. 2:14) y con este fin, les ha provisto con el poder de la espada, para la defensa y el ánimo de los que hacen lo bueno, y para el castigo de los hacen el mal (Gn. 9:6; Pr. 16:14; 19:12; 20:2; 21:15; 28:17; Hch. 25:11; Ro. 13:4; 1 P. 2:14).
Del matrimonio:
El matrimonio ha de ser entre un hombre y una mujer; no es lícito para ningún hombre tener más de una esposa, ni para ninguna mujer tener más de un marido (Gn. 2:24 con Mt. 19:5,6; 1 Ti. 3:2; Tit. 1:6).
De la Iglesia:
La iglesia católica o universal (Mt. 16:18; 1 Co. 12:28; Ef. 1:22; 4:11-15; 5:23-25,27,29,32; Col. 1:18,24; He. 12:23) que (con respecto a la obra interna del Espíritu y la verdad de la gracia) puede llamarse invisible, se compone del número completo de los electos que han sido, son o serán reunidos en uno bajo Cristo, su cabeza; y es la esposa, el cuerpo, la plenitud de aquel que llena todo en todos (Ef. 1:22; 4:11-15; 5:23-25, 27, 29,32; Col. 1:18,24; Ap. 21:9-14).
De la comunión de los santos:
Todos los santos que están unidos a Jesucristo (Ef. 1:4; Jn. 17:2,6; 2 Co. 5:21; Ro. 6:8; 8:17; 8:2; 1 Co. 6:17; 2 P. 1:4.) su cabeza, por su Espíritu y por la fe (Ef. 3:16,17; Gá. 2:20; 2 Co. 3:17,18.) (Aunque no por ello vengan a ser una persona con él (1 Co. 8:6; Col. 1:18,19; 1 Ti. 6:15,16; Is. 42:8; Sal. 45:7; He. 1:8,9), participan en sus virtudes, padecimientos, muerte, resurrección y gloria (1 Jn. 1:3; Jn. 1:16; 15:1-6; Ef. 2:4-6; Ro. 4:25; 6:1-6; Fil. 3:10; Col. 3:3,4) y, estando unidos unos a otros en amor, participan mutuamente de sus dones y virtudes (Jn. 13:34,35; 14:15; Ef. 4:15; 1 P. 4:10; Ro. 14:7,8; 1 Co. 3:21-23; 12:7,25-27) y están obligados al cumplimiento de tales deberes, públicos y privados, de manera ordenada, que conduzcan a su bien mutuo, tanto en el hombre interior como en el exterior (Ro. 1:12; 12:10-13; 1 Ts. 5:11,14; 1 P. 3:8; 1 Jn. 3:17,18; Gá. 6:10).
Del bautismo:
El bautismo es una ordenanza del Nuevo Testamento instituida por Jesucristo, con el fin de ser para la persona bautizada una señal de su comunión con él en su muerte y resurrección, de estar injertado en él (Ro. 6:3-5; Col. 2:12; Gá. 3:27) de la remisión de pecados (Mr. 1:4; Hch. 22:16) y de su entrega a Dios por medio de Jesucristo para vivir y andar en novedad de vida (Ro. 6:4).
De la Cena del Señor:
La Cena del Señor Jesús fue instituida por él la misma noche que fue entregado (1 Co. 11:23-26; Mt. 26:20-26; Mr. 14:17-22; Lc. 22:19-23) para que se observara en sus iglesias (Hch. 2:41,42; 20:7; 1 Co. 11:17-22,33,34) hasta el fin del mundo (Mr. 14:24,25; Lc. 22:17-22; 1 Co. 11:24-26) para el recuerdo perpetuo y para la manifestación del sacrificio de sí mismo en su muerte (1 Co. 11:24-26; Mt. 26:27,28; Lc. 22:19,20) para confirmación de la fe de los creyentes en todos los beneficios de la misma (Ro. 4:11) para su alimentación espiritual y crecimiento en él (Jn. 6:29,35,47-58) para un mayor compromiso en todas las obligaciones que le deben a él (1 Co. 11:25) y para ser un vínculo y una prenda de su comunión con él y entre ellos mutuamente (1 Co. 10:16,17).
Del estado del hombre después de la muerte y de la resurrección de los muertos:
Los cuerpos de los hombres vuelven al polvo después de la muerte y ven la corrupción (Gn. 2:17; 3:19; Hch. 13:36; Ro. 5:12-21; 1 Co. 15:22) pero sus almas (que ni mueren ni duermen), teniendo una subsistencia inmortal, vuelven inmediatamente a Dios que las dio (Gn. 2:7; Stg. 2:26; Mt. 10:28; Ec. 12:7) Las almas de los justos, siendo entonces perfeccionadas en santidad, son recibidas en el Paraíso donde están con Cristo, y contemplan la faz de Dios en luz y gloria, esperando la plena redención de sus cuerpos (Sal. 23:6; 1 R. 8:27-49; Is. 63:15; 66:1; Lc. 23:43; Hch. 1:9-11; 3:21; 2 Co. 5:6-8; 12:2-4; Ef. 4:10; Fil. 1:21-23; He. 1:3; 4:14,15; 6:20; 8:1; 9:24; 12:23; Ap. 6:9-11; 14:13; 20:4-6) Las almas de los malvados son arrojadas al infierno, donde permanecen atormentadas y envueltas en densas tinieblas, reservadas para el juicio del gran día (Lc. 16:22-26; Hch. 1:25; 1 P. 3:19; 2 P. 2:9) Fuera de estos dos lugares para las almas separadas de sus cuerpos, las Escrituras no admiten ningún otro.
Del juicio final:
Dios ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia por Jesucristo, a quien todo poder y juicio ha sido dado por el Padre (Hch. 17:31; Jn. 5:22,27) En aquel día, no sólo los ángeles apóstatas serán juzgados (1 Co. 6:3; Jud. 6) sino que también todas las personas que han vivido sobre la tierra comparecerán delante del tribunal de Cristo (Mt. 16:27; 25:31-46; Hch. 17:30,31; Ro. 2:6-16; 2 Ts. 1:5-10; 2 P. 3:1-13; Ap. 20:11-15) para dar cuenta de sus pensamientos, palabras y acciones, y para recibir conforme a lo que hayan hecho mientras estaban en el cuerpo, sea bueno o malo (2 Co. 5:10; 1 Co. 4:5; Mt. 12:36).